Nuestra única oportunidad se halla
en las áreas de reserva. Estas deben asegurar hábitats que abarquen áreas
suficientemente grandes, garantizar un régimen natural de agua y darle
suficiente espacio a la evolución.
Para la Amazonia “grande”
significa la mayoría de las veces “muy grande”. Es recién cuando sistemas
fluviales enteros y su correspondiente cuenca hidrográfica se encuentran bajo
la protección en una reserva, cuando los bosques desempeñan su función
climática y cuando la evaporación propia de la selva asegura suficientes precipitaciones
en el marco de su esquema natural, que podemos estar seguros que los
ecosistemas y su abundancia de especies serán preservados.
En el caso de la Amazonía esto
quiere decir que se necesita de áreas de reserva cuyas extensiones superen el
millón de hectáreas, para que así sean capaces de contener todas las zonas
geográficas, geológicas y climáticas que les corresponden. Desde las pendientes
orientales de los Andes hasta las sabanas húmedas del sur, desde los terrenos
pantanosos de Venezuela hasta las selvas fluviales de Brasil.
Lo que también es muy importante
es que todos estos territorios estén conectados entre sí. Solo así los animales
podrán migrar de zona a zona y las plantas podrán adaptarse a las diversas y
cambiantes condiciones ambientales reinantes.
Además, necesitamos dispones de
técnicas inteligentes de aprovechamiento de suelos así como una explotación de
tierras sostenible y duradera para toda la región.
Esa es la única forma en que
podremos legar a las generaciones venideras un tesoro en gran parte completo,
el cual ya hemos saqueado de manera alarmante. Juntos podemos conseguir
preservar espacios relevantes y representativos de la Amazonia.
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